EL JUKUMARI

|| Un relato sacado del bolso de la tradición oral, para cerrar el mes del niño

Hace algunos días en la escuela de mi hija le pidieron exponer en papelógrafo un cuento de su tierra. Recordé –sin mucha claridad– un cuento que mi mamá me contó hace casi 3 décadas y que me impactó de por vida. Mi pequeña inmediatamente se comunicó con su abuela y recibió 7 audios con el relato del cuento completo. Me los reenvió y desde ese día, he intentado darle una estructura lógica y legible que comparto a continuación: 

EL JUKUMARI

En una época donde las mujeres no iban a la escuela, ni sabían leer o escribir, una joven llamada Elisa pastoreaba a sus cabras con frecuencia en los cerros de los valles potosinos. Al pie de un pico donde domina el cóndor, conoció al Jukumari, un oso andino de quien se enamoró perdidamente. 

Luego de un largo amor correspondido pero con la oposición de la comunidad, Elisa supo que estaba embarazada, al mismo tiempo que el Jukumari regresaba a lo alto de los cerros por una razón que nunca se logró saber. 

Al poco tiempo en la casa de Juana –madre de Elisa– nació el “Jukumaricito”, aunque se esperaba que naciera con las singularidades de un oso, el pequeño nació con las características y rasgos humanos. Sin embargo, no lo era del todo: desde el primer momento demostró un particular crecimiento acelerado.

El pequeño Jukumaricito –como lo llamaban– comenzó a ir a la escuela a la edad de 1 año, al año siguiente ya sabía leer y escribir. Cuando cumplió los 7 años ya era un enorme joven completamente desarrollado y con aspecto mayor, por lo que fue alejado de la escuela.

Por esos años, el pueblo quedó sorprendido ante las cualidades del Jukumaricito y su impresionante crecimiento y robustez a su corta edad.

Imposibilitado de ir a la escuela, el joven asumió la importante tarea de ir a pastorear las cabras y chivos de su madre al cerro, donde siempre se cuestionaba por su origen mientras comía de su cocawi (merienda).

Un día, su abuela Juana le ordenó ir por leña a una colina aledaña acompañado de seis burros de carga. Temprano en la madrugada el Jukumaricito salió de su casa arreando a los jumentos cuesta arriba. Cuando llegó a la punta de una colina, se dispuso a cortar algunos árboles secos y recolectar la leña necesaria, mientras tanto y sin que se dieran cuenta unos leones andinos (pumas) atacaron a los burros comiéndose a todos. 

Tremendamente molesto y preocupado por la leña, el Jukumaricito se armó de valor y enfrentó a los leones y tras una batalla desigual logró agarrar a seis de ellos. –ustedes mataron a mis burros, ustedes llevan la leña– les dijo. Acto seguido ató la leña en las espaldas de los felinos con cuerdas de víboras y gritó ¡arre! con firmeza. 

Entonces el valiente joven marchó de retorno a su casa, sin embargo para llegar tuvo que pasar por la plaza del pueblo local, donde levantó la impresión y el horror de los pobladores que veían aterrorizados al Jukumaricito llevando un palo en su mano izquierda y por delante seis enormes leones cargados de leña y dejando un halo de veneno de serpiente que caía de las improvisadas cuerdas.

Más de una mujer del pueblo, echó un grito de terror al cielo, pregonando poner fin a la vida del osado joven. Entonces una emergente y tensa asamblea del pueblo coincidió que eso que sus ojos acababan de ver sólo podía ser obra del demonio, y que por tanto, Juana y toda su familia eran una encarnación diabólica.

Entonces, un plan secreto se armó para quemar la casa de Juana con toda su familia adentro.

Armados de hachas, machetes y antorchas, los pobladores fueron una noche hasta la casa de Juana para cumplir su plan macabro. Juana y su familia se atrincheraron dentro tras oír el retumbar de la marcha miliciana, pero sus esfuerzos no fueron suficientes porque pronto una antorcha atizó de fuego el árbol con chala de choclo que tenía la familia.

En ese momento cuando todo parecía perdido y quizás traído por el instinto apareció el gran Jukumari, sin capacidad de hablar y dotado de un pelaje sedoso, atinó a emitir un gruñido levantando sus patas delanteras con las palmas abierta para frenar a la multitud, con el rostro de impotencia y lleno de lágrimas intentó pedir con la mirada que no lastimen a su hijo y a su amada.

Pero el mensaje nunca logró entenderse y la multitud enfurecida y aún más asustada tomaron al gran Jukumari, lo ataron a un árbol y lo quemaron vivo.

Antes de morir, el gran Jukumari logró ver a lo lejos de la colina una luz que se alejaba y con paz dejó de luchar sabiendo que su hijo y su amada se iban lejos para nunca más volver.

Al día siguiente, una estela de humo dejó la casa de Juana que fue quemada y destruida, sus cabras fueron sacrificadas y la carne repartida entre los pobladores que prometieron nunca hablar del tema.

 

UNA VISIÓN CONTEMPORÁNEA

El cuento debe tener varias decenas de años. La tosquedad con la que está escrita es en parte mi inexperiencia en el género, pero también es un apego a cómo lo recuerda la memoria oral de nuestros pueblos originarios. Contemporaneamente alguien podría pensar que el cuento promueve la violencia, el linchamiento y la discriminación hacia personajes ficticios basados en su apariencia. Además en parte expone una respuesta extremadamente violenta por parte de la comunidad ante la percepción de algo que no entienden.

Pero, siendo parte de la tradición oral de nuestras poblaciones originarias, no es ni buena, ni mala, tiene un valor intrinseco en nuestros días si sirven para enseñar las implicaciones de eventos como los descritos en el cuento, especialmente en términos de intolerancia, discriminación y violencia. 

Este relato, como otros, debe servir como punto de partida para discutir temas como la comprensión y el respeto hacia aquellos que son diferentes. Además, podría ser una oportunidad para reflexionar sobre cómo los prejuicios y el miedo pueden conducir a acciones extremas y destructivas, y cómo podemos trabajar juntos para superar estos desafíos.

 

Cristhian Flores Zuleta, es Periodista y Economista

Tambíen te puede interesar