Las miradas de rechazo son constantes; sin embargo, Ana Lucía Flores recorre la ciudad orgullosa de sí misma. Esta mujer paceña trans combate los prejuicios sociales con trabajo voluntario y amor por sí misma y su familia.
Ninguno de sus posibles empleadores le dijo, de frente, que no podían contratarla por ser una mujer transexual. En lugar de eso buscan medios más sutiles, pero igual de obvios, para no ofrecerle un trabajo.
“Estaba pidiendo trabajo en una limpieza de ropa. Yo ya había trabajado en un lugar parecido durante más de ocho años, así que tenía un certificado de trabajo y experiencia. El momento de mostrar mis papeles me pidieron que buscara un garante con casa propia. Sonreí y me fui”, narra con humor Ana Lucía.
Lo que ahora considera su trabajo, es cuidar de su familia y el voluntariado que realiza en la Casa Trans Pamela Valenzuela de La Paz.
La paceña, de 26 años, despierta muy temprano todos los días. Cocina para su hermana, de quien cuida como si fuera su hija desde hace varios años, y para su pareja, quien debe irse temprano a trabajar.
“Estamos juntos hace más de diez años. Me conoció cuando aún vestía y actuaba como hombre y cuando me di cuenta que yo en realidad era una mujer, me ha apoyado durante toda la transición” comentó.
Ana Lucía comenzó su transición hace cinco años. En ese entonces solía hacer transformismo. Luego, se dio cuenta que no era suficiente y decidió comenzar a tomar hormonas.
Uno de los conflictos más grandes fue demostrarle a su pareja que, si bien su apariencia y su cuerpo cambiarían, su personalidad y sus sentimientos seguirían siendo las de la persona que él amaba. La terapia y el tiempo lograron que la pareja permaneciera unida.
El otro miembro de la familia de Ana Lucía es su hermana pequeña. Desde que ambas eran niñas han sido muy unidas, y cuando la activista paceña tenía 18 años pidió la custodia de su hermana.
“Cuando ella era una niña y veía como me arreglaba me preguntaba ¿te vas a disfrazar? poco a poco fue aprendiendo qué era el transformismo y luego qué implica ser una mujer trans. Ambas somos mujeres, yo entro en otra categoría”.
Una vez que tanto su pareja como su hermana han terminado su almuerzo, Ana Lucía se arregla, las pestañas postizas no pueden faltarle, para ir a trabajar a la Casa Trans, proyecto coordinado por la Organización de Travestis, Transgéneros y Transexuales Femeninas (Otraf).
Allá, ella es una de las encargadas de la cocina. Gracias a su trabajo, 16 de sus compañeras pueden disfrutar de un almuerzo gratuito diariamente. La casa tiene reglas estrictas para asegurar que la convivencia sea pacífica y tranquila.
“Aunque siempre hay personas con las que una no se lleva muy bien, en general la coexistencia es pacífica. Realmente es un lugar donde nos cuidamos y vivimos como hermanas, apoyándonos”, comenta.