Rituales para llamar la lluvia, la respuesta espiritual de los Yampara a la sequía

El paran mañakuy (pedir la lluvia en idioma quechua) es un ritual andino ancestral de la nación Yampara, en Bolivia, para combatir la sequía que año a año afecta a familias indígenas productoras.

Isabel Choque, mama curaca mayor del Consejo de Ayllus y Markas de Yampara  Suyu, trenza sus cabellos, saca de un baúl el poncho rojo que tejió y se lo pone. Toma su bastón de mando, se persigna mirando la cruz de madera colgada en la pared detrás de su cama y sale al encuentro de Vicente Zárate, en la unidad educativa de la comunidad Angola. Es uno de los siete territorios de la nación o pueblo indígena Yampara, en el municipio de Tarabuco, departamento de Chuquisaca.

Vicente, un universitario de 23 años, acaba de llegar de la ciudad de Sucre, donde estudia Veterinaria y Zootécnica en la Universidad San Francisco Xavier. Viajó dos horas en bus y otro tramo en motocicleta. Él convocó a mama Isabel para subir al cerro Jatun Punta. Allí hacen los rituales de agradecimiento a la Pachamama.

Isabel y su hermana menor, Valentina Choque, conversan en quechua y pijchan coca (masticar la hoja como hábito social y/o ritual) en la escuela de Angola, donde se encuentran con Vicente. Las clases para las niñas y los niños de primaria se suspendieron para que participen del ritual del paran mañakuy, o “pedir la lluvia”, una práctica ancestral de la nación Yampara para tiempos de sequía.

Los jóvenes, como Vicente, guardan recuerdos de su participación en este ritual cuando eran niños. “Me gustaría ir ahora. Ir al cerro, orar a Dios con fe todo el día y toda la noche para que nos escuche y llueva. Antes, cuando no llovía, nos escuchaba la cosmovisión (Madre Tierra y otras deidades). El guiador nos enseñaba las oraciones para que, de rodillas, pidamos a la cosmovisión que nos escuche”, manifiesta       Vicente.

El ritual en Angola comienza con un peregrinaje de tres kilómetros en el que mujeres, niños y hombres suben hacia la cima del cerro sagrado. En la cumbre, oran por horas, con cánticos acompañados de instrumentos musicales, como el charango. Se ofrendan q’hoas o mesas multicolores en las que ponen mirra, incienso y figuras de azúcar, que representan los deseos de amor,   dinero, una buena cosecha o un viaje.

“Los cerros te dan signos, señales de lo que va a pasar en la Pacha, es decir, en el mundo físico, cuándo va a llover o no, porque ahí nacen las lluvias. Por eso también la gente hace sus peticiones, para curarse de enfermedades, porque son espacios sagrados”, explica René Vargas  Yabeta, integrante yampara y coinvestigador del  libro “Yampara Suyu. Historia, Cultura, Identidad”, publicado por la Casa de la Libertad.

Antiguamente, la organización y programación del ritual paran mañakuy se realizaba en reuniones con todas las familias de la comunidad Angola. Sin embargo, en los últimos tres años esto cambió debido a la escasa participación y desinterés de los pobladores, frente a su adopción de otras religiones como la evangélica y la católica, explica el curaca de Angola, Gregorio Vargas.

Humberto Guarayo, excuraca mayor de la nación Yampara y también coinvestigador del libro “Yampara Suyu. Historia, Cultura, Identidad”  analiza que, desde la llegada de la colonia española, la esencia de la espiritualidad ancestral andina ha sufrido grandes cambios y no existen registros escritos sobre los rituales, como el paran mañakuy, antes de la llegada de la religión católica. Hoy, hay un sincretismo entre santos católicos y deidades ancestrales andinas, como ocurre con las oraciones durante el ritual para llamar la lluvia.

Mientras el grupo le reza y le canta a la Pachamama, los niños caminan hacia el cerro Jatun Punta. En el trayecto juegan con cada elemento del paisaje que encuentran a su paso, sea un pozo de agua, donde se acopia la lluvia, o la vegetación característica de la zona.

Vicente carga en su espalda ponchos tejidos con símbolos de su pueblo y sombreros adornados con lentejuelas coloridas. Mama Isabel y otras mujeres caminan a paso rápido varios   metros adelante.

El cuidado del entorno se expresa en las palabras de las niñas, quienes advierten a sus compañeros varones que no se debe lastimar a los árboles con los que están jugando porque “pueden castigarnos”.

Ese cuidado de las especies que alberga el Jatum Punta se refleja en la buena preservación de los pinos y la variedad de hongos, que son  vendidos por las familias de Angola en ferias y supermercados en Sucre y Santa Cruz, lo que les genera ingresos cuando la sequía provoca pérdidas en sus cultivos de papa.

En el cerro, ubicado a 3.594 metros de altura sobre el nivel del mar, la respiración se dificulta porque la concentración de oxígeno es mucho menor. Allí, el frío acompaña al sol que le da al paisaje un color oro y dibuja la silueta de enormes pinos protegidos por cercos de alambre.

MÁS IMPACTO EN LAS MUJERES

En Bolivia, cinco de los nueve departamentos sufrieron la sequía más intensa de los últimos 18 años, informó en octubre del 2020 el entonces ministro de Defensa, Luis Fernando López.

Entre los municipios afectados en el departamento de Chuquisaca estuvo Tarabuco, a 64 kilómetros de la ciudad de Sucre. De las 75 comunidades que tiene, 50 sufrieron por los efectos de la sequía entre 2020 y 2021, según el presidente del Concejo del Gobierno Autónomo Municipal de Tarabuco, Liborio Leaños.

Las familias de los pueblos originarios de Pisily, Angola, Qullpa Pampa, Jatun Rumi, T’ula Mayu, Miskha Mayu y Puka Puka perdieron el 35% de sus cultivos de papa y otros, como trigo, maíz y hortalizas.

“Es normal perder cada año, sobre todo los cultivos de papa. Se llega a perder entre un 60% y 70%”, dice Leaños.

Carlos Calle, curaca mayor, la autoridad máxima de la nación Yampara, expresa su preocupación por las pérdidas de cultivos, que son centrales para la alimentación de las familias originarias.

“Estamos en etapa de sembrar la papa, como las miskas. Son papas de temporada, ya empezaba a llover en esta época, pero hasta ahora no ha llovido”, dice Carlos.

Unos minutos antes de la entrevista el curaca regaba el huerto de hortalizas que tiene en su casa, en la comunidad Pisily, con manguera y agua que había recogido meses antes, de lluvias pasadas, en un tanque de plástico dotado por la Alcaldía.

En Yampara, cuyo significado es el camino de la lluvia, septiembre, octubre y noviembre son los meses de lluvia en el ciclo agrícola de los pequeños productores indígenas.

Durante su calendario agrícola, es decir, la siembra (tarpuy pacha), la cosecha (aymuray pacha) y el tiempo frío (chiraw pacha) practican rituales en agradecimiento a la Pachamama por la abundancia y la fertilidad. El tiempo entre la siembra y la cosecha, entre noviembre y febrero, es el Pujllay, la temporada en la que el supay o saqra (diablo) anda suelto. Al Pujllay le sigue la Pascua (40 días después del Carnaval), el espacio de reposo en que fructifican los campos y los animales.

En la temporada fría y seca, entre junio y agosto, se celebran las fiestas de San Juan, San Pedro y San Pablo con grandes fogatas en los cerros en compañía de la música de los ayarichis, una danza originaria que se realiza en la temporada de sequía.

La escasez de agua no solo afecta la producción agrícola, sino también el abastecimiento de agua potable en sus viviendas.

Fabiana Alvarado, de la comunidad Angola, camina 800 metros a la casa de Isabel Choque para llenar su bidón de 20 litros y cargarlo en su colorido aguayo tejido. Las mujeres utilizan el aguayo como complemento de su vestimenta y para llevar a sus hijos pequeños o cargar objetos en la espalda.

El nivel de agua del manantial, que es la fuente del sistema de agua potable, está disminuido y no genera suficiente presión para que llegue a las casas que están en la parte alta, donde vive Fabiana.

“La falta del recurso hídrico y el cambio climático afecta más a las mujeres en las comunidades rurales porque asumen y se encargan de la seguridad alimentaria de sus familias, de la  crianza de los animales, de limpiar los utensilios de la cocina, lavar la ropa de la familia y de la casa”, destaca el informe “Los Pueblos Indígenas y el Cambio Climático” de la Oficina Internacional del Trabajo.

“Antes de que tuviéramos los grifos en las casas, las mujeres íbamos a los manantiales a lavar ropa y esa misma agua se traía para cocinar”, cuenta Isabel.

En la memoria de mama Isabel y de otros yamparas están los rituales individuales y colectivos para llamar la lluvia.

Para aumentar las aguas del manantial, mama Isabel recuerda que las mujeres enterraban huevos de pato debajo de sus aguas, porque el pato casi siempre está nadando.

“Funciona, daba más agua cuando lo hacíamos”, relata Choque.

Ella es la primera en llegar a la cima del Jatun Punta. Por la ubicación del sol a las 15:00, su sombra se extiende hasta los 300 metros, distancia que aún les falta a los niños y a Vicente por recorrer. Su mirada y su sonrisa nostálgica se pierden como si estuviese en un estado meditativo. “Porque después de mucho tiempo estoy volviendo aquí”, manifiesta.

El impresionante paisaje en el que se fusiona la geografía de las regiones bajas y altas rompe con cualquier límite marcado en el mapa.

Vicente asume el liderazgo para organizar a los niños y explicar a Choque, una vez más, por qué estaban allí.

Mama Isabel y su hermana toman nuevamente su bolsa de coca y pijchan. Vicente y los niños forman un círculo entre las piedras. Ahí están tres generaciones de yamparas, ofrendando coca, cantos y oraciones, pidiendo a sus espiritualidades el elemento vital para sus familias: la lluvia.

LA PROTECCIÓN DEL ESTADO A LA COSMOVISIÓN ANDINA

La Constitución Política del Estado Plurinacional reconoce, en su artículo 30, el derecho de las naciones y pueblos indígenas originarios campesinos a sus espiritualidades, prácticas, costumbres, y a su propia cosmovisión y responsabiliza al Estado de la obligación de crear políticas públicas para preservar, desarrollar, proteger y difundir las culturas existentes en el país.

Humberto Guarayo, excuraca mayor de la nación Yampara, asegura que no existen proyectos para la recuperación y revalorización de prácticas espirituales ancestrales desarrollados por los gobiernos locales, departamentales y nacional, que puedan proyectarse como aportes para mitigar los fenómenos climáticos como la sequía; a diferencia de lo que plantean las prácticas de las comunidades yampara con el paran mañakuy.

La prioridad de la nación Yampara ahora es la reconstitución de sus territorios ancestrales. Son siete markas (pueblos) y suyus (naciones) los que se están consolidando después de un largo proceso de demanda por su titulación, que empezó en 2009. Aquel año, Tarabuco aprobó, mediante referéndum, la conversión del municipio en Autonomía Indígena Originaria Campesina Yamparáez.

Juan Chambi, técnico del Consejo de Ayllus y Markas Yampara Suyu, dice que en sus planes de gestión territorial incluyeron sus prácticas espirituales para que sean priorizadas en su  recuperación.

VOLVER A LO ESPIRITUAL ESTÁ EN MANOS DEL PUEBLO

Juan explica que la enseñanza y aprendizaje de las escuelas debe implementar estas reflexiones y conocimientos en los niños. Asimismo, en otros espacios con la población joven yampara; por ejemplo, es importante compartir los saberes de los tejidos porque guardan parte de la memoria y conocimientos del pueblo.

“En la comunidad Pisily hemos planteando que se tiene que implementar parte de (la enseñanza de) los tejidos originarios en las áreas técnicas, porque los jóvenes ya se están olvidando, en otros centros ya no se está viendo estos valores, por eso es importante tomar en cuenta este     aspecto en la educación”, resalta Juan.

En Angola, “en los currículos regionalizados, los maestros tienen programada la enseñanza de los conocimientos, historia y memoria cultural andina del pueblo Yampara, además de la participación de los estudiantes en rituales”, afirma el maestro Édgar González.

“Es una obligación. Una vez decretada la Ley 070 Avelino Siñani, venían los papás a compartir conocimientos de los primeros rayos del sol, sobre la organización comunitaria, las comidas típicas, el periódico de los incas. Al inicio se estaba enfocando bien, pero ahora se está dejando de lado, falta que haya más estrategias desde el Ministerio de Educación, por ejemplo faltan libros, textos en quechua, porque ahí se enseña en quechua y castellano. También faltan maestros para que se fortalezca la aplicación de las mallas curriculares”, analiza Édgar.

En la cima del Jatun Punta, liderados por mama Isabel, los niños y las niñas intentan repetir las oraciones en cánticos en los que se invoca a santos católicos y a la Pachamama. Vicente canta en voz más baja, por momentos vacila al no recordar con claridad las oraciones.

Después de una hora y 30 minutos del ritual, mientras mama Isabel explica a Vicente que estas oraciones se tienen que hacer con fe para que el tata Dios escuche y llueva, los niños y las niñas se dispersan y se unen de nuevo para ver el impresionante paisaje, al borde del precipicio, sin temor a caer. Manifiestan que conocen este espacio y sonríen cuando se les advierte que tengan cuidado porque pueden resbalarse.

Al ocultarse el sol, y mientras mamá Isabel retorna a la comunidad, las nubes se tornan intensamente oscuras, con señales de lluvia.

Pero ese día no llovió. Vicente ensaya una explicación: no se hicieron las oraciones completas y participaron pocas personas.

“Algunos no lo hacen con los mismos sentimientos, puede haber veces en que fracasa el ritual, lo más importante es pedir con fe y, mientras más lo pidan, se juntan más fuerzas”, explica.

Aunque recuerda que también se puede invocar individualmente a la lluvia y que algunos comunarios practican “la pelea de manantiales” en secreto y silencio.

“Llevan agua de un manantial y echan en otro manantial diferente, se cree que las aguas se pelean porque tienen espíritus que son territoriales. Se hacía de manera oculta porque a veces caían granizadas, por eso es oculto, lo hacen algunas personas”, explica Gualberto Guarayo.

Recuerda que su abuela hacía “pelear manantiales”, aunque no frecuentemente porque si se abusa del llamado de la lluvia se puede provocar el efecto contrario que son las inundaciones. Asimismo ocurre cuando se tocan los instrumentos musicales en temporadas que no corresponden.

“Si uno toca en época seca, llama la lluvia, entonces hay instrumentos, como el pinquillo, para temporadas de lluvia”, señala Guarayo.

Mientras mama Isabel se toma un descanso después de lavar la ropa, se sienta en su telar para terminar de tejer un poncho que pretende vender en alguna tienda de la ciudad. Vicente vuelve en su motocicleta hacia Tarabuco para luego continuar su viaje en bus hasta Sucre. Espera volver a vivir en Angola en dos años, una vez termine sus estudios. Tiene la intención de desarrollar proyectos de crianza de ganado bovino, ovino y porcino con los conocimientos que le da la universidad. Además, pretende fortalecer su organización mediante su participación en este espacio importante en la toma de decisiones e incidencia para la generación de políticas públicas que mejoren la vida y el desarrollo de sus habitantes.

*Este artículo fue publicado originalmente en La Brava y realizado con la Red Tejiendo Historias, comunidad que promueve Agenda Propia./Opinión.

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