Dos esposas se enteraron por las noticias y una por la llamada de un camarada, después de las siete de la noche. Ninguna por el Comando. Tampoco tenían claro dónde los iban a enterrar.
Fueron a la morgue, todavía incrédulas, pero lo que temían era cierto. Desde el martes pasaron a ser viudas.
A pesar del dolor y de los calmantes, la angustia se sumó, ya que la muerte de sus compañeros dejó a cinco niños y dos jóvenes huérfanos y con el futuro suspendido por un hilo.
La vida ya era precaria para estas familias, pero con el triple deceso, solo esperan que en adelante la Policía Boliviana se comporte a la altura de la muerte en el cumplimiento del deber, como lo ha hecho para las exequias.
Rocío González, esposa del sargento mayor Eustaquio Olano, tiene dos hijos con él, uno de 15 años y otra de 21.
Es trabajadora del hogar y rompe en llanto al pensar en que se quedó sola y a cargo del futuro de sus hijos. “No me va a alcanzar, salgo de madrugada y regreso en la noche a mi casa, incluso trabajo los domingos hasta las dos de la tarde, todo por sacar a mis hijos adelante”, contó.
Vive en cuartos en alquiler, tenían una casa a medio construir y es muy probable que tenga que mudarse para allá, considerando que debe ahorrar.
González es de Cochabamba, dice que apenas conoce la capital cruceña porque se la pasaba de su trabajo a su casa, que quedaban cerca, por el Km 6 de la doble vía a La Guardia.
Su esposo iba a cumplir 49 años en septiembre, se estaba esforzando para ascender, pero le faltaron los recursos. Según González, fue buen padre, tanto que los dos hijos mayores de ella en otra pareja, desde niños le dicen papá, y uno de ellos llegó desde Chile para darle el adiós final.
Liliana Sánchez se llama la viuda del sargento primero Alfonso Chávez, de 38 años. En el velorio no paraba de llorar, desesperada porque se quedó sola con cuatro niños de 11, 10, 5 y 3 años, y con el corazón roto por la pérdida de un “papá maravilloso”.
Según ella, su compañero de vida era bueno, cariñoso, atento, y daba el 100% por su familia, “sus hijos y su esposa éramos todo para él”, dijo entre lágrimas.
Mañana su hijo mayor cumplirá 12 años en medio de una dolorosa ausencia, y la más pequeña, la única mujercita, de tres, se quedará esperando que su progenitor cruce la puerta.
“La última vez que hablamos fue a la una de la tarde de ese día, lo llamé para decirle que tenía los resultados de mis análisis. Dijo que me llevaría al médico cuando acabe el turno. Le pasé a mi hija, que le dijo ‘te quiero mucho papá’, y él respondió, ‘ya hijita, mañana voy a llegar’. Era la más apegada”, suspiró.
El voluntario del Gacip, José David Candia, soñaba con ser del grupo Delta. Ya no podrá, tampoco abrazar a su única hija de un año y siete meses.
De lunes a jueves trabajaba como mototaxista y taxista, mientras que su esposa empezó hace tres meses a vender ropa americana para ayudar. Vivían en dos cuartos en alquiler por el sexto anillo y 2 de Agosto. Era el menor de siete hermanos, y el 22 de mayo había cumplido 27 años./El Deber.