El fenómeno Albertina en Sucre

El pequeño gran egregore, la encuentran “poco noticiosa” para describirlo en un eufemismo, es entonces un fenómeno sociológico.

Es la primera vez que se la ve en la Plaza 25 de Mayo, notablemente incómoda, pasó dando los saltitos que su aliento y el dolor de unos zapatos incómodos le permitió. Se puso firme en el paso y nunca perdió la sonrisa estética, aunque el resto de su rostro expresara una incomodidad febril por el ojo de la crítica.

Su paso cultivó algo menos de 25 mil reacciones y más de medio millón de reproducciones, sólo en ANV, no se puede decir que no constituye en la forma que su propia existencia expresa, un fenómeno viral de internet.

Sin embargo, el pequeño gran egregore de trolls, la encuentran “poco noticiosa” para describirlo en un eufemismo.

Es, entonces, un fenómeno sociológico. Esta ruptura del estereotipo cultural “doctoresco” en Sucre, se diluye en el carisma de Albertina, ella es la antítesis de un agregado sucrense, que siente que la única opinión cultural válida, es aquella que sale de académicos universitarios, preferentemente citadinos.

“En Bolivia no hay racismo, indios de mierda” tituló su libro, Carlos Macusaya hace unos años en el apogeo del gobierno de transición, en él cuenta que el título lo motivó un “sujeto racializado”, alguien que bien podía ser víctima de racismo por sus características morfológicas y reconoce que es un hecho negado.

De lo que se sabe, Albertina vive en algún lugar al extremo urbano de Sucre, un barrio lleno de potosinos que llegaron del norte de Potosí y que no sueltan nunca sus tierras ni su propia cultura de la fría cordillera.

Es una embajadora cultural, si, y al colectivo juzgador le gusta cuando expresa su cultura en forma de folklore, el “que bonito, la cara de inka bailando tinku” sale del estándar, cuando el mundo globalizado la acomoda en la oportunidad de tomar su cultura como fuente de subsistencia, “¿1.000 dólares?, ni un profesional cobra así”, diría la misma señora sin estudios que en un mismo comentario criticó a Albertina y habló de la Biblia.

“Hay que reconocer que los descendientes indígenas quieren ser mestizos desde la Colonia. Esta era una mejor condición que la de indio, ya que implicaba cierto grado incorporado de “civilización”. Es decir, cierto grado de blanqueamiento” escribió Fernando Molina en un comentario hace unos meses sobre la categoría censal “Mestizo” y bien, ese proceso de blanqueamiento, puede aplicarse a la necesidad en algunos de defenestrar formas expresivas culturales globalizadas, por que irrumpió desplazando al conservadurismo academicista.

El casco viejo como expresión de la legítima cultura sucrense, fue fracturado, está herido y se está desangrando.

 

ANV / cfz

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